11 de mayo de 2014

El despertar



Lamía la vida compulsivamente, gota a gota, de un manantial estéril que le alejaba de la condena  de la muerte.  Reiniciaba así la epopeya de su pueblo, un pueblo exiliado al olvido de la humanidad, lejos de la frontera de lo real y de lo inteligible.

Entre sus manos, el cuerpo aún caliente se adentraba en el abismo de la oscuridad eterna, más allá de la vida que conociera. El oro rojo de sus venas bañaba los labios de la bestia, agrietados por la sequía del silencio al que fue relegado.

Era el último de su especie, o quizá fuese el primero. Después de años de habitar en las profundidades de las pesadillas más atroces, había encontrado la puerta que lo llevara de vuelta  al mundo que un día habitó. Solo y debilitado, se adentraba en una vida desconocida que ya no recordaba. El Hombre lo convirtió en el monstruo que era y al Hombre correspondía la penitencia de su sufrimiento. Era hora de ajustar cuentas con la especie que lo desterró a un inframundo aún por descubrir. Nadie sabía qué era, nadie recordaba qué fue… Solo una bestia con sed de venganza que derramaría las lágrimas de su pueblo sobre la arrogancia de la humanidad; el ángel vengador de unos seres olvidados que había escapado del infierno del “no ser”.

A cada gota de sangre, su cuerpo se agitaba convulso, extasiado por cada inyección de vida que le devolvía a la realidad. Sus músculos entumecidos despertaban tras milenios desvanecidos en el material etéreo de los sueños. Ya no era la sombra acechante de una pesadilla. La vida había regresado a su cuerpo y estaba a punto de segar  la Tierra con la guadaña certera de su ira. Eran tiempos de venganza y de cobrar el precio de su exilio a la humanidad.


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